martes, 30 de octubre de 2012

Mil globos rojos

Esta vez no voy a recordar cosas del pasado sino algo que me ocurrió hoy, 30 de octubre de 2012. Resulta que por estas fechas me invade una inevitable tristeza, imposible de remediar. Así pues, salí de casa temprano para despejar la mente y caminar así, sin rumbo. A una cuadra de mi casa está el mar, con su largo y vistoso malecón. En uno de los acantilados está un centro comercial, y para llegar a él hay que caminar por un parque. Pues bien, esta mañana por todo ese parque de ingreso estaban decenas de muchachos (chicas y chicos) en patines, con polos (camisetas) rojas, que llevaban en la mano globos rojos con la propaganda de un conocido supermercado que acaba de abrir una tienda en el centro comercial.. A cada persona que pasaba le entregaban un globo con una enorme sonrisa, que por supuesto la gente agradecía de igual forma. Entonces el parque era un mar de globos rojos, sobre el ondulante mar. Algunos globos se habían soltado de la cuerda y volaban por el aire libremente. Mi tristeza se fue con cada globo rojo. Ahí van, al cielo directamente. Alguien los recibirá.

domingo, 7 de octubre de 2012

Siempre habrá estrellas

Publicado en el diario Expreso el 12 de abril de 1991.

Dos leves oscilaciones de luz y apagón ad portas. Corremos a buscar las velas, pero ya es demasiado tarde. Se produjo el apagón total.

Así fue el viernes pasado, fecha escogida por los chicos malos para hacer otra de las suyas. Simultáneamente con el apagón se escucharon varias explosiones, cada vez más cercanas. Sin querer me vino a la memoria el título de la novela Arde París. Como vivo a tres cuadras de la embajada del Japón, y el olor a pólvora saturaba el ambiente, me parecía que estábamos en el Arde Lima, y a un paso del terror total.

Busqué la radio a pilas para enterarme de lo que ocurría, y ahí estaba, como siempre, la voz tranquilizadora de Mihua, experto en calmar nerviosismos y en conectar a personas que quieren comunicarse con sus familiares.

Entre una y otra llamada no faltó alguna con trasfondo político, que Mihua supo sortear con gran habilidad.

De pronto, una señora de La Molina dijo algo diferente: “aquí estamos sin luz, pero podemos ver que el cielo está luminoso y que hay muchas estrellas”.

Salí a la puerta y, efectivamente, era una noche clara, con el cielo tachonado de estrellas. Por las calles transitaban velozmente algunos carros, que dejaban huellas de luz a su paso, y uno que otro transeúnte apurado.

La radio seguía informando de dinamitazos en agencias bancarias, gente atrapada en los ascensores, tráfico congestionado por falta de semáforos.

Algunos miembros de mi familia no habían llegado todavía y, lógicamente, no podía evitar la preocupación. Sin embargo, la voz de la señora de La Molina me repetía: “hay muchas estrellas”.

En lugar de ceder a una fácil angustia, volví a mirar el cielo y sus Innumerables lucecitas, para recordar que, hagamos lo que hagamos y pase lo que pase, la vida continúa, la naturaleza sigue su camino, la belleza perdura. El breve mensaje de una señora optimista permitió que cambiara un momento de temor por una reflexión de paz. Siempre habrá estrellas, aunque nos rodee la oscuridad.