martes, 13 de agosto de 2013

Acerca de Vargas Llosa

Conocí a Mario Vargas Llosa cuando Populibros publicó su obra La ciudad y los perros, en pleno gobierno militar. El libro fue prohibido por el régimen, por considerar inconvenientes las referencias al Colegio Militar donde Vargas Llosa estudió la secundaria (aquella vez el escritor comentó que así se comprobaba que por lo menos habían leído un libro). Por supuesto que esta situación aumentó el interés por sus obras.

En 1981, MVLL tuvo un programa semanal llamado La Torre de Babel, en un canal de televisión. Yo trabajaba en el noticiero nocturno de ese canal, y lo preparábamos a la misma hora y en el mismo ambiente donde el escritor grababa su programa. Una tarde, en un momento de descanso de la grabación, me animé y me acerqué a él para saludarlo, y le dije que había leído todos sus libros. Yo empezaba a trabajar free lance como correctora de textos y estilo. En ese tiempo se corregía las pruebas de imprenta y de galeras con unos signos de tipografía conocidos por el gremio, y era una tarea minuciosa que requería de mucha paciencia y concentración. Entonces tuve la inaudita ocurrencia de preguntarle quién le corregía sus libros. Me dijo: Yo mismo los corrijo. Luego le pregunté qué libro estaba escribiendo y me dijo: Está por salir a la venta La guerra del fin del mundo. Y agregó: Veremos el resultado. Y yo tuve el atrevimiento de decirle: Un libro sí se va a vender. Él sonrió educadamente, pero debió pensar que la estupidez humana es infinita.

El señor MVLL, que ya era un famoso escritor en esa época, mostraba gran paciencia y gentileza con los que trabajaban directamente con él durante todo el largo y agotador proceso de la grabación.

Pasó más de una década, y con la familia decidimos mudarnos de casa para ir a un departamento más pequeño, Comencé a buscar en los avisos clasificados, cuando saltó a mi vista una dirección conocida: la calle de Miraflores y la misma cuadra donde vivió MVLL durante su juventud y que menciona en varios de sus libros. El departamento reunía todas las condiciones que requeríamos, así que hicimos las gestiones y finalmente lo compramos y nos mudamos.

Un domingo, temprano, salí a comprar el pan y el periódico, y por la puerta del edificio pasaba, adivinen quién: MVLL, con una comitiva formada por su esposa, hijos, y algunas personas más. Estaban caminando por todas esas calles, conocidas ahora como el circuito turístico de MVLL. La ruta recuerda sus andanzas de joven y los lugares donde transcurren algunas de sus primeras obras. Este circuito literario se suma a los que ya tienen Jorge Luis Borges en Buenos Aires y Pablo Neruda en Chile.

El mismo VLL escribió una vez: "Me conmueve y me llena de nostalgia la idea de ese recorrido que para mí suscita tantas imágenes y recuerdos entrañables de mi infancia y mi adolescencia, los mejores momentos de los cuales pasaron en Miraflores”.

Pues bien, esa mañana cuando pasó por la puerta de mi edificio, saludando a todos, con su habitual cortesía, tuve el impulso de preguntarle: “¿fue aquí?” porque siempre creímos que en el lugar donde ahora se levanta mi edificio, estaba precisamente la casa donde él vivió de joven. Pero no me atreví. La pregunta se ahogó en mi garganta. Solo respondí su saludo y el de su familia, y pasaron de largo para continuar su recorrido. Siempre me arrepiento de no haberme atrevido a hacerle esa pregunta para salir de dudas.

Ahora, que es el famosísimo Premio Nóbel, repaso estos entrañables recuerdos.

martes, 7 de mayo de 2013

Una historia del corazón

Esta historia no la escribí yo, la escribió mi amiga Patty. Aquí la copio para que sea conocida. Porque es una lección de generosidad, de perseverancia y de verdadero amor, que pocas veces se ve en este mundo apurado. Léanla y entenderán por qué.
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Esta historia empieza cuando tenía yo 16 años. Estábamos en el colegio y nos invitaron a ir al puericultorio para cantar y jugar con los niños. Como yo ya había decidido estudiar Educación Inicial, era una de las más entusiastas y contagié a mis amigas.

Era una tarde calurosa. Llegamos al puericultorio, y toda la información que yo tenía era que se trataba de un sitio para huérfanos. Después me enteraría de que no era así. Terminado el acto, se nos acercó una monjita a preguntarnos si queríamos ser madrinas de algunas niñas.

Yo acepté, pero como solo tenía 16 años, necesitaba la autorización de mi mamá y mi papá. Ella aceptó, pero mi papá se negó y me advirtió que me iba a encariñar, luego sufriría y él no quería eso (cuánta razón tenia, sí que sufrí). Pero yo le rogué y rogué hasta que aceptó.

Entonces fuimos a conocer a las niñas. Había pequeñas desde los 6 años hasta las grandes de 14.

Yo quería una pequeñita, así que escogí a la más chiquita. Le calculé unos 2 años, tenía el pelo cortito (como hombrecito, por higiene).

Pero lo que más me llamó la atención fue que tenia pintadas unas chapitas en las mejillas ¡con plumón rojo! Se me acercó la monjita y me dijo que esa niña era mayorcita (tenia 6 años y un problema de crecimiento) y que tenia su hermanita de 4, y que si quería ser madrina de las dos. Imposible, si con las justas había convencido a mis papás de ser madrina de una.

Entonces jugué y conversé con la niña. Su mamá había muerto y una tía había logrado que las dos ingresaran al puericultorio para que estuvieran mejor atendidas. Tenían papá y 13 hermanos, y ¡una madrastra y tres medios hermanos más!

Fui a las charlas, y desde ese momento mis sábados estuvieron dedicados a ir a visitar a mi ahijada. Me pasaba las tardes ahí jugando con ella. Ahora me pregunto, qué impulsaba a una chica de 16 años a pasar todas las tardes del sábado en ese lugar.

Cuando le preguntaba qué quería que le llevara, ella me decía: pinturitas para la cara.

Llegó el día del bautizo. Fui con mis padres, llevamos una torta de dos pisos para las niñas, y a mi ahijada le compré zapatitos y un vestido. Cuando fui a comprar los zapatos, pedí como para 6 años y compré los que me dieron, pero cuando se los puse, ¡le quedaban inmensos! y le pusieron esos zapatos de bebé que tienen plana la parte de atrás (ardillitas se llamaban). Luego del bautizo, la visitaba cada sábado. Ahora las visitas eran con mi mamá y mis hermanas, hasta que un día se acercó la asistenta social para decirme si quería llevarla a mi casa un fin de semana. Y efectivamente, el siguiente fin de semana fui con mi mamá a sacarla.

Teníamos que llevarle ropa para cambiarla, ya que la que tenía se quedaba ahí para cuando la regresábamos los domingos.

El primer viernes que la sacamos fue muy emocionante, ella estaba feliz, ya se había encariñado muchísimo con nosotros. Yo creo que se sentía segura. Llegamos a la casa y fue una fiesta, le habíamos armado una camita en el cuarto de mi mamá. Comió sandía, huevo, helados, y esa noche lloraba de dolor de barriga. Fue un exceso.

Entonces se hizo una rutina sacarla los viernes, y muy doloroso devolverla los domingos a las 6 de la tarde. Era desgarrador dejarla, ella lloraba y se sujetaba fuerte de nosotros, y salíamos llorando también. Lo único que nos quedaba era esperar el siguiente viernes.

Hasta que un día viernes llegué… y no estaba. Su papá se la había llevado, a ella y a su hermanita. Desesperada, busqué a la asistenta social. y ella me explicó que como la niña tenía papá, se le había cumplido el tiempo de estar en el Puericultorio. Menos mal que me dio la dirección del papá (era por el barrio de las Malvinas) y convencí a mis padres de ir a buscarla. Ya todos nos habíamos encariñado con ella.

Fuimos con mi papá y mi mamá a buscarla, era un callejón de muchas viviendas, ellos habitaban un cuarto con los 13 hermanos, el papá, la madrastra y tres medios hermanos más. El papá no quiso dármela, me dijo que sus hijos no iban a estar regados por cualquier lado. La niña lloraba, y yo también.

Regresamos donde la asistenta social del puericultorio, y nos contó que el papá trabajaba en una fábrica de fideos. ¡Justo mi papá conocía al contador de esa empresa! Entonces fuimos a la empresa y pedí cita con el gerente y le expliqué a él la situación, no era que quería robarme a la niña, pero que el papá nunca fue a visitarla mientras estuvo en el Puericultorio (dos años). Es ahí que intervino la asistenta social de esta empresa, hablaron con el papá de la niña, le explicaron los beneficios que tendría la niña si me la daban etc y ¡finalmente acepto dármela!

El día que la recogimos de su casa, la niña estaba feliz. Subió al auto y sin mirar atrás se fue con nosotros. A mí me llama por mi nombre, a mi mamá le dice mamá, a mi papá le decía padrino.

Desde ese momento, pasó a ser parte de mi familia, la hemos criado como una hermana más, con algunos errores, eso sí.

De esta historia han pasado casi 40 años. Ahora ella tiene mis apellidos. Cuando nacieron mis hijos me ayudó a cuidarlos, ahora me ayuda a cuidar a mi mamá. Estudió y trabaja en un nido con niñitos pequeños.

Siempre pienso, qué sería de ella si no la hubiera traído a mi casa. Y de nuevo siento que la vida cambia en un segundo. El destino de ella fue que yo la mirara y peleara por ella.

Si ese día no hubiera ido al puericultorio, si la monjita no me hubiera pedido ser su madrina, si ella no se hubiera pintado esas chapitas en la cara que me llamaron la atención, si hubiera escogido a otra niña, y después del bautizo no hubiera regresado (como todas mis demás amigas lo hicieron), si hubiera desistido cuando el papá no quiso dármela, porque yo solo tenia 16 años…

La vida es así, está llena de sorpresas. Y no me considero especial, aunque creo que si soy especial...porque no me rindo y lucho por lo que creo. Aunque a veces lo que creo no sea lo mejor... ¡siempre lucharé!

domingo, 9 de diciembre de 2012

Adornar el arbolito

Columna publicada en el diario Expreso de Lima el 14 de diciembre de 1991.
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Hoy adornaré el arbolito de Navidad. Lo pondré en una esquina de la sala, como todos los años. Bajaré la caja grande que guarda las brillantes esferas de colores, las guirnaldas plateadas, los papá noeles chiquititos y los juegos de luces intermitentes.

Cada adorno es un recuerdo, un momento detenido de muchos diciembres. Se fueron juntando poco a poco y aumentando el tesoro de la caja; allí están envueltos en periódicos del mes de enero, listos para salir de nuevo y adornar el árbol. Todavía queda el sobreviviente de la catástrofe que ocurrió aquella vez que la caja se cayó desde lo alto del clóset, y los frágiles adornos se hicieron añicos en el suelo. Se salvó esa esfera grande de color azul brillante, con puntitos de escarcha. Es mi preferida. Sin ella, el árbol no sería el mismo.

Al otro lado pondré el nacimiento con las figuras de yeso que representan el Misterio en miniatura. También estarán los animalitos para ser otra vez testigos del nacimiento del Niño; entre ellos la llamita que alguien agregó, en una insólita presencia andina en el pesebre de Belén.

Hoy la casa lucirá como tantos diciembres que quedaron flotando en el espacio. Imaginaré que nada ha cambiado, que el reloj ha girado al revés y que volvieron a su sitio las hojas perdidas del calendario.

Después de todo, la Navidad es un milagro y todo puede suceder cuando brilla la estrella de Belén, aunque sólo sea una estrella de cartón, envuelta en platina y colocada, en lo alto de un arbolito, en una esquina de la sala.

Expreso, 14 de diciembre de 1991

martes, 30 de octubre de 2012

Mil globos rojos

Esta vez no voy a recordar cosas del pasado sino algo que me ocurrió hoy, 30 de octubre de 2012. Resulta que por estas fechas me invade una inevitable tristeza, imposible de remediar. Así pues, salí de casa temprano para despejar la mente y caminar así, sin rumbo. A una cuadra de mi casa está el mar, con su largo y vistoso malecón. En uno de los acantilados está un centro comercial, y para llegar a él hay que caminar por un parque. Pues bien, esta mañana por todo ese parque de ingreso estaban decenas de muchachos (chicas y chicos) en patines, con polos (camisetas) rojas, que llevaban en la mano globos rojos con la propaganda de un conocido supermercado que acaba de abrir una tienda en el centro comercial.. A cada persona que pasaba le entregaban un globo con una enorme sonrisa, que por supuesto la gente agradecía de igual forma. Entonces el parque era un mar de globos rojos, sobre el ondulante mar. Algunos globos se habían soltado de la cuerda y volaban por el aire libremente. Mi tristeza se fue con cada globo rojo. Ahí van, al cielo directamente. Alguien los recibirá.